La renovación carismática también es pentecostalista

Artículo editado por este blog, se quitó y/o modificó la tendencia jansenista y galicana que tenía, como algunos usos de lenguaje de los modernistas. La fuente es de Enero del 2014, colocada al final. Se añadió contenido que está entre llaves {…} y las ‘  ’ para señalar que así llaman a tal, aunque no lo sea o no exista objetivamente. Hipervínculos y notas de pie de página añadidos. Se cambió el título del escrito.

El pentecostalismo es una herejía [1] que ha logrado llevarse a sus filas a muchos católicos en los 60s.  Va de la mano de la herejía del modernismo [2], y también lo refuerza; los dos movimientos proce­den de igual manera y se apoyan recíprocamente en el cumplimiento de las agendas de los enemigos de la Iglesia [3].  Ahora bien, si el modernismo intenta destruir la Iglesia en cuanto a la doctrina, el pentecostalismo lo hace en cuanto al culto.  Ambos se disfrazan con pieles de ovejas y pastores; por eso la terminología del modernismo es muy similar a la católica.  Con palabras piadosas y su proceder externo pueden engañar incluso a las personas más cautas, y por ello es preciso escudriñar bajo ese ropaje: para desenmascarar a los lobos rapaces que se esconden en su interior. El pentecostalismo es un movimiento subversivo controlado y cuidadosamente dirigido por los enemigos ocultos de la Iglesia con el fin de llegar a su ruina total. Promete a sus adeptos la plena experiencia del ‘Espíritu Santo’ que tuvieron los Apóstoles el día de Pentecostés, junto con algunos de los dones externos que recibie­ron, especialmente los de lenguas, liberación, curaciones y profecía. [4]

A esta ‘extraordinaria experiencia la llaman ‘Bautismo del Espíritu’, que dicen transmitir y recibir con la imposición de las manos, al estilo de los ritos de nuestra Santa Madre Iglesia.

Los adjetivos pentecostal y carismático indican perfectamente el carácter de este movimiento. Con pentecostal se refiere a la plenitud del Espíritu Santo recibido en el primer domingo de Pentecostés, mientras carismático alude a los carismas, o dones extraordi­narios que acompañaron al don del Espíritu Santo en aquel día.

A partir de esta terminología es que muchas personas se dejan llevar, porque entienden que el movimiento pretende simplemente ofrecer plegarias especiales e intensificar la devoción a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad; si estos fines, y los efectos consecuentes, fuesen verdaderos, sobrepasarían con mucho los producidos por los siete Sacramentos instituidos por Jesucristo.

Pero esto no es así; las pretensiones de este movimiento transitan otros caminos, como veremos, por lo que el Movimiento Carismático y la Iglesia Católica no están de acuerdo.  Como demostraremos en este trabajo, si la Iglesia es verdadera, entonces el pentecostalismo es falso, y al revés, si el pentecostalismo es verdadero, la Iglesia Católica es falsa; pero como la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica {cuatro notas dogmáticas} no puede ser falsa, se sigue que el pentecostalismo es falso y debe uno abandonar, no sólo como un movimiento extraño, sino como una especie de pseudo religión

Es menester examinar el movimiento desde distintos puntos de vista; al hacerlo, será imposible evitar repeticiones que, sin embargo, nos ayudarán a tener una idea lo más completa posible de este movimiento que toca los fundamentos mismos de la piedad cristiana.

Su ‘doctrina’

Doctrinalmente, el movimiento está construido sobre arenas movedizas.  En efecto, cualquiera que intentase analizarlo a la luz de la enseñanza infalible de la Iglesia y de su tradición auténtica, se encontraría frente a algo inasible.

El movimiento afirma fundarse en la experiencia personal y encontrarse bajo la inspiración directa del Espíritu Santo, cosas ambas que nadie puede controlar, y que los adeptos de esta organización se ocupan de hacer indemostrables, a partir de considerar esa inspiración y esas experiencias como incuestionables, por el mismo hecho de afirmarlas, transmitirlas y difundirlas.  Además, como dicen los carismáticos, un movimiento tan lleno de vida no puede definirse y contenerse en los límites de fórmulas doctrinales; de ahí se sigue que el Movimiento Carismático no posee una doctrina sólida, sino sólo vagas afirmaciones, referencias inconsistentes al Nuevo Testamento, y formulaciones provisionales. En suma es una sombra evanescente.

Sus mismos jefes lo admiten. “Orientaciones teológicas y pastorales sobre la renovación carismática” es uno de los documentos más importantes para el movimien­to.  Fue preparado en Malinas, Bélgica, del 21 al 26 de mayo de 1974 por algunos “expertos” internacionales, bajo la guía del ‘Cardenal’ León Suenens, que —como nos informa el documento— “tuvo parte activa en la discusión y formulación del texto” (Prefacio). También se dice que: 

“el documento no es exhaustivo y se requieren ulteriores estudios (…) esta afirmación representa una de las ideas más repetidas (…) el texto se presenta como una tentativa de respuesta a las principales preguntas que suscita el movimiento carismático” (Prefacio).

En otras palabras, los autores no saben qué es lo que son: 

“Ciegos guías de ciegos” (Mt. 15, 14)

Cuando pasamos al texto, nos tropezamos con multitud de afirmaciones vagas, medias afirmaciones, intentos de respuestas y opiniones.  A duras penas se hacen algunas distinciones; sin embargo las distinciones son justamente la base y la fuente de cualquier argumento teológico; sin ellas es imposible distinguir lo verdadero de lo falso, o la mera opinión, o una hipótesis, de la doctrina segura.

Tómese, por ejemplo, el pasaje de la página 21 titulado: “La experiencia religiosa pertenece al Testimonio del Nuevo Testamento”, donde se afirma que:

“La experiencia del Espíritu Santo es la contraseña de un cristiano y, en parte, con ella los primeros cristianos se distinguían de los no cristianos. Se consideraban representantes, no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo. Este Espíritu era un hecho vital, concreto, que no podían negar sin negar que eran cristianos. El Espíritu les había sido infundido y lo habían experimentado individual y comunitariamente como una nueva realidad. La experiencia religiosa, es preciso admitirlo, pertenece al testimonio del Nuevo Testamento: si se quita esta dimensión de la vida de la Iglesia, se empobrece la Iglesia”.

Sería difícil juntar en un párrafo verdades, falsedades y medias verdades.

El texto es escurridizo, suena como algo piadoso y, para el ignorante, también con­vincente; pero en realidad es falso.

Es falsa la afirmación de que “los primeros cristianos se consideraban representan­tes no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo”.  La verdad es que Cristo envió a los Apóstoles a enseñar a todas las gentes.  Ahora bien, enseñar es, ante todo y sobre todo, aceptar y transmitir una doctrina; la experimentación es algo muy subjetivo y por lo mismo sujeta a ilusiones o falsas sensaciones.

La “tesis de la experiencia y de la Fe” es la tesis de Lutero, no de Cristo, que vino “a dar testimonio de la Verdad” (Jn. 18, 37) y que nos ha enseñado una doctrina bien definida respecto del Padre, de Sí mismo y del Espíritu Santo; de su Iglesia, de los Sacra­mentos, etc.  Él exigía que su enseñanza fuera aceptada con fe, “el que creyere y fuere bautizado, se salvará; pero el que no creyere, se condenará” (Mc. 16, 16).

San Pablo escribió con duros reproches a los Gálatas (1,8), porque se habían desviado de su primitiva enseñanza y les decía que si él mismo o un ángel les predicase una doctrina distinta de la que les había predicado al comienzo, debía ser considerado anatema.  Los apóstoles y los primeros cristianos estaban muy interesados en la doctrina, y muy poco en el sentimiento y en la experiencia.

El resto del párrafo y todo el capítulo que trata de ‘fe’ y experiencia son una obra maestra de confusión. Tómese por ejemplo este pasaje: “el Espíritu Santo fue infundi­do sobre ellos y fue experimentado por ellos individual y comunitariamente como una nueva realidad”.  Esto implicaría, aunque los autores se cuidan de no comprome­terse con una afirmación categórica, que todos los cristianos de la era apostólica recibieron la efusión del Espíritu Santo y tuvieron la misma experiencia que los Apóstoles en el día de Pentecostés, con los mismos fenómenos místicos y milagros.  Pero esto es falso: no hay algo en el Nuevo Testamento, en los escritos de los Padres, o en la enseñanza oficial de la Iglesia, que nos diga que sucedió así.

El Nuevo Testamento, es verdad, narra casos particulares en los que el Espíritu Santo descendió de manera extraordinaria sobre algunos de los nuevos cristianos, pero fueron casos raros y aislados.  Incluso en el primer día cuando fueron bautizadas tres mil personas (Hch. 2, 41-47), los primeros convertidos de la Iglesia, no hay indicios de que se produjera algún milagro entre ellos, sino solo la conversión.  Es más; estaban atemorizados porque veían a los Apóstoles realizar prodigios y milagros; y si tenían temor es porque esas maravillas eran desacostumbradas y sólo realizadas por los Apóstoles.

Además las palabras susodichas confunden dos cosas distintasla íntima paz y alegría, que son propias de un verdadero cristiano (paz y alegría que sobrepasan todo sentido y humana comprensión y que nadie puede arrebatarle), con la experiencia extraordinaria y mística, con carismas maravillosos, concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés y a algunas almas privilegiadas a lo largo de los siglos.

Ocasionalmente Dios concede tales dones divinos a los católicos, pero en ningún modo se deben al hombre, ni han sido prometidos a todo cristiano, ni son necesarios para santificarse.

Antecedentes y orígenes del pentecostalismo

Hoy día la Doctrina católica está siendo criticada tácitamente en muchas de sus auténticas enseñanzas, sobre la base de lo que la gente cree “nue­vas” intuiciones y “nuevas” doctrinas.  En realidad no son nuevas, sino simplemente viejos errores revestidos con nuevas vestiduras, nuevas sólo para aquellos (y son legión) que han olvidado o desconocen el conocimiento del pasado, o una falaz/incompleta historia.  El Antiguo Testamento afirma que “no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecle. 1,9). Nada; ni siquiera el pentecostalismo.

Sería interesante esbozar el origen, el desarrollo y el carácter de las herejías que desarrollan estos nuevos movimientos, pero esto nos llevaría demasiado tiempo.  Sin embargo, hay una cosa común a todas ellas: sus fundadores y seguidores sostienen tener intuiciones especiales bajo la enseñanza e inspiración del Espíritu Santo.

En el tiempo de San Pablo había hordas de falsos profetas, que merodeaban afirman­do hablar bajo la inspiración o en nombre del Espíritu Santo y perturbaban a las comunidades cristianas de reciente fundación.  Después vinieron los gnósticos y fueron los primeros herejes ofi­cialesse relacionaban con los Apóstoles, y San Juan escribió su Evangelio para poner en guardia a los cristianos contra sus falsas doctrinas.

Un tipo particular de pentecostalismo apareció en el siglo II; lo fundó un tal Montano, que afirmaba hablar bajo la inspiración del Espíritu Santo. Él y sus seguidores soste­nían poseer la plenitud del Espíritu Santo y sus carismas; en particular, afirmaban po­seer, como sus émulos modernos, el don de curaciones, de profecía y de lenguas. Sus seguidores fueron innumerables, lo mismo que hoy son innumerables las víctimas del pentecostalismo; y también como hoy, entre sus víctimas hubo algunas situadas en puestos altos de la Iglesia y con capacidades intelectuales poco comunes. El mismo Tertuliano, que escribió brillantemente sobre la Iglesia Católica y la defendió contra sus enemigos, finalmente cayó en el montanismo, se separó del Papa y fundó su propia secta.

Los siglos XII y XIII conocieron multitudes de activos puritanos que se jactaban de tener una especial iluminación del Espíritu Santo; como los modernos pentecostales, viajaban sin parar de un sitio a otro, predicando su propio ‘evangelio’. Algunos sobrevi­ven hasta hoy, otros no han dejado seguidores; podríamos citar los albigenses, los valdenses, los cátaros, los pobres de Lyón, etc. Todos fundamentaron sus creencias y prácticas extrañas en su interpretación particular, distorsionada y separada del Magisterio, de las Sagradas Escrituras, e intentaron menoscabar y en lo posible destruir a la Iglesia Católica.

Pero fue a Lutero a quien correspondió arrebatar a la Iglesia naciones enteras. Lutero, un sacerdote desviado, sostenía que él y sus seguidores poseían “la plenitud del Espíritu Santo”, a la vez que la negaban de los Obispos, de los Papas e incluso como sostén e iluminación de los Concilios Ecuménicos. De ahí que el protestantismo, por su misma naturaleza, llegó a ser la cuna y el terreno de cultivo del moderno pentecostalismo.

El moderno movimiento carismático o pentecostal, de hecho, nació del Protestantismo en Carolina del Norte (Estados Unidos); la fecha oficial de nacimiento fue el año 1892; sus fundadores fueron el Rev. R. G. Spurling y el Rev. W. F. Bryant, ‘pastor’ bautista el primero, y ‘pastor’ metodista el segundo. El movimiento fue bien recibido por otras comunidades de signo protestante contemporáneas a ellos.

Estos pentecostales afirmaban poseer la misma plenitud del Espíritu Santo que los Apóstoles recibieron el día de Pentecostés, junto con algunos carismas también otorgados a los Apóstoles en esa ocasión, en particular los dones de profecía, curaciones y lenguas. Como el resto de sus hermanos [5] protestantes, afirmaban que el Espíritu Santo interviene directamente en la interpretación personal de la Sagrada Escritura. Rechazaban también todos los dogmas, porque sostenían que el Espíritu Santo inspira directamente a los fieles lo que es necesario creer para la salvación; de allí que en el movimiento no hubiera lugar para ningún tipo de magisterio, porque la piedad cristiana era vivida en forma personal, sin guías jerarquizados pero de manera entusiástica, incluso con emotividad y exaltación extremas.

Era esperable que un movimiento de este género se resolviera en el caos. Esto habría debido abrir sus ojos y hacerles cambiar de camino, porque el Espíritu Santo no produ­ce el caos; en cambio, los pentecostales protestantes explicaron el fenómeno diciendo que la confusión era inevitable en un movimiento vivo y en expansión. Una mirada a los organismos vivos en torno a nosotros les habría debido enseñar que la vida sana se desarrolla armoniosamente y produce cosas buenas, mientras la vida que se desarrolla caóticamente no puede producir más que monstruos y abortos de la naturaleza.

La Iglesia Católica juzgó el movimiento por lo que era, y en el segundo Concilio Plenario de Baltimore (Estados Unidos) los obispos católicos pusieron en guardia a los fieles para no prestarle ningún tipo de adhesión. Prohibieron a los católicos incluso estar presentes, aun por mera curiosidad, en los llamados encuentros de oración.

La Iglesia, sin embargo, no conoció un movimiento así por siglos, y los católicos cercanos a ellos se libraron {por 74 años} de perderse hasta 1966, cuando llegó por medio de dos laicos, ambos ‘profesores’ de Teología en la Universidad de Duquesne en Pittsburg Pennsylvania (Estados Unidos), a difundirse que el ‘católico’ podría seguir el pentecostalismo. Se llamaban Ralph Keifer y Patrick Bourgeois; quienes leyeron, releyeron y discutieron los dos libros sobre el movimiento pentecostal protestante: “Cruz y la palanca de cambio”, del ‘pastor’ Wikerson y “Ellos hablan en lenguas” del periodista J. Sherill.

En su deseo de ‘reencender’ los ánimos religiosos [6] en los estudiantes universitarios, pensaron erradamente que Dios ponía en sus manos un medio providencial. En su lucha contra la apatía y la increencia de los universitarios, tenían necesidad de aquel poder que creían que poseía Wikerson.

Estudiaron o reestudiaron durante dos meses sucesivos; luego releyeron algunos pasajes de la Carta de San Pablo a los Corintios (I Cor 12) y de los Hechos de los Apóstoles que sirvieron como base ‘teológica’ al movimiento, y por fin se dirigieron a un grupo de oración pentecostal protestante para recibir… ‘El Bautismo del Espíritu’.

Y así fue como el 13 de Enero de 1967, en un encuentro de oración, se impuso las manos a Ralph Keifer y a Patrick Bourgeois, que recibieron el ‘Bautismo del Espíritu’ junto con el don exaltante de “hablar en lenguas”. Su entusiasmo se inflamó; conven­cieron a los estudiantes de que probasen la misma experiencia, y en el siguiente encuentro de oración el mismo Keifer impuso las manos sobre algunos estudiantes, que súbitamente recibieron lo mismo con varios, supuestos, “dones extraordinarios”.

Desde entonces el movimiento se difundió ampliamente entre mucha gente que se hacía llamar ‘católica’. Ganó seguidores incluso entre ‘obispos’, y naturalmente atrae a centenas de ‘religiosas’, deseosas de experimentar lo que creen ser las ‘emociones’ del primer ‘Pentecostés’.

Es protestante hasta la médula: es hijo de la herejía; llamarlo católico significaría decir que puede haber un auténtico movimiento carismático católi­co y un auténtico movimiento carismático protestante, como si el Espíritu Santo pudiera asumir roles diversos y contradictorios según obre en diversos lugares.

Aunque durante dos mil años la Iglesia no había conocido ningún ‘Bautismo del Espíritu’, y aunque el movimiento provenga de la herejía, el fenómeno se ha extendido como un incendio. ¿Cómo ha podido suceder una cosa así?

La respuesta, pensamos, es ante todo esta: el movimiento carismático promete una conversión inmediata y una inmediata santidad. Además ellos dicen que es ‘permisivo’ especialmente desde el punto de vista ‘moral’. ¿Quién renunciaría a tan preciosos ‘dones’ y a tan poco precio?

Para quienes presentan objeciones, tienen una respuesta pronta y aparentemente convincente: “¿por qué pones objeciones? ¿Acaso no ves que muchos sacerdotes, obispos e incluso cardenales y el papa respaldan el movimiento? Es claro que no hay ningún mal en ello”. Es evidente que el engaño escondido en el movimiento carismático ofus­ca a la masa de superficiales que van en busca del éxito clamoroso y de resultados inmediatos, olvidando que el camino de la santidad auténtica y del apostolado eficaz y duradero está hecho de abnegación, silencio, mortificación, humillación, y también de aparentes fracasos:

«Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, no produce fruto» (Jn. 12, 24).

Hay que advertir que si entre los laicos y en algunas ‘religiosas’ se puede pensar que tienen “buena voluntad” {y quizá cierta ignorancia no culpable}, no es así sus ‘maestros’ y demás, que están en situación de comprender el fraude enorme. Algunos de ellos son tan astutos, como para no sospechar sus maniobras de división, {si no se tiene bien comprendido los santos dogmas de la Iglesia católica y su doctrina auténtica.}

Esto es fácil de comprobar al conocer algunos postulados que, como veremos en los próximos capítulos, son insultantes para con Dios, para con los Santos y para con la Iglesia. El Papado jamás aprobaría a un movimiento que tuviera entre sus prácticas “perdonar a Dios” como los carismáticos. Nunca jamás el sucesor de Pedro ha aprobado ni aprobará estas cosas.

Algunos piensan que el propio éxito del movimiento habla a su favor; sostener esto sería un grave error; la historia enseña que todos los movimientos heréticos, particularmente en sus comienzos, recibieron el respaldo entusiasta de muchísimos ‘cristianos’, incluso de sacerdotes y obispos {desviados claro}.

Aquí es necesario aclarar que criticar al Movimiento Carismático no es estar contra el Espíritu Santo. ¿Cómo podría ser así?; el Espíritu Santo es la misma alma de la Iglesia, el propio principio de su vida sobrenatural.

Si fuese posible demostrar que procede del Espíritu Santo, el Movimiento Carismático tendría derecho a que todos lo apoyáramos; pero si no es así, entonces estamos obligados a combatirlo, porque sólo dos pueden ser las fuentes de su existencia: Dios o el Impío. {«El que no está por Mí, contra Mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama.»}

Si viene de Dios, todos debemos adherirnos a él; si viene de Impío, todos debemos combatir­lo.

Ahora bien; cuando se lo examina a la luz de la sana Teología, la conclusión inevitable es que el pentecostalismo y por lo tanto el Movimiento Carismático, aunque se autoproclame católico no viene del Espíritu Santo.

Pretendidos ‘fundamentos’ escriturísticos

1) El movimiento busca su justificación sobre todo en los capítulos 12 al 14 de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Pero la semejanza entre el movimiento carismático – pentecostal y lo que acaeció en Corinto es sólo superficial; los dos fenómenos concuer­dan únicamente en que ambos pretenden recibir del Espíritu Santo algunos carismas, como el don de lenguas, de curaciones y de profecía. Difieren en el resto.

a) A diferencia del movimiento carismático – pentecostal, en Corinto no hubo ‘Bautismo del Espí­ritu’, no hubo imposición de las manos como ellos hacen, no hubo tentativas de organizar encuentros de oración o retiros con el fin de ‘distribuir’ el Espíritu Santo.

b) De las cartas de San Pablo se deduce con evidencia que el fenómeno no estaba generalizado en la Iglesia apostólica, sino que estuvo limitado a Corinto, y que ensegui­da se comprobaron muchos abusos. Por otra parte, no hubo ningún intento por parte de San Pablo o de otro apóstol o discípulo de difundirlo en otros lugares, con el fin de acrecer o sostener la piedad de los fieles. Por fin, los improperios de San Pablo tuvieron el efecto de una ducha fría sobre el movimiento, que de repente desapareció y no se oyó hablar de él en la Iglesia hasta 1966. Los pentecostales modernos, por su parte, no ahorran esfuerzos para difundir el movimiento en todo el mundo.

c) En Corinto los católicos hablaban “lenguas extrañas”, al revés de los pentecostales que emiten “sonidos extraños” [mussitationes].

Eran verdaderas lenguas, si bien desconocidas a los presentes. Esto es evidente por la “unánime interpretación de los Padres de la Iglesia” e incluso por los repetidos reproches del mismo San Pablo: «Hay sin duda muchas y diversas lenguas en el mundo y ninguna carece de significado; pero si no entiendo el significado de la lengua seré extranjero para el que habla y el que habla será extranjero para mí» (I Cor. 14, 10-11).

Además, San Pablo, dice que él mismo posee el don y que lo posee con más plenitud que ellos (I Cor. 14, 19). Y así era justo que fuese, porque debía predicar el Evangelio a diversos pueblos. ¿Cómo habría podido aprender tantas lenguas tan rápidamente? Dios por lo tanto, obró en él el mismo milagro que había obrado en los otros Apóstoles el día de Pentecostés.

Por el contrario, los pentecostales – carismáticos emiten sonidos ininteligibles (mussitationes), y el balbuceo no puede ser lenguaje de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que es Espíritu de suprema Sabiduría y Verdad.

d) Los pentecostales no tienen en cuenta los consejos de San Pablo, y por lo tanto se vuelven inhábiles para recibir el Espíritu Santo en sus prácticas.

De hecho, San Pablo, si bien no prohíbe a los Corintios profetizar y hablar en lenguas, repite insistentemente que el don de lenguas es el menos importante entre los carismas, y que no debe buscarse ansiosamente. Cuando se presente el caso auténtico de una persona que habla en lenguas, debe hacerlo con discreción y de manera decoro­sa, y en cuanto no haya nadie que comprenda o ningún intérprete presente, debe callarse.

San Pablo pone en evidencia que el fiel debería ambicionar no estos dones, sino más bien las grandes virtudes de la Fe, de la Esperanza, y de la Caridad. Concluye diciendo que «las mujeres deben callar en la asamblea, porque no les está permitido hablar, sino que deben estar sujetas, como dice también la ley, porque es indecoroso para una mujer hablar en la asamblea» (I Cor 14, 34-35).

Los pentecostales, sin embargo, fundándose insistentemente en la Epístola de San Pablo, no tienen en cuenta los consejos y las normas prescritas en nombre de Dios, volviéndose así inhábiles para recibir el Espíritu Santo y sus dones. De hecho anhelan el don de lenguas y lo consideran como la prueba irrefutable de la efusión del Espíritu Santo. Las mujeres, pues, no sólo hablan en sus reuniones y encuentros, sino que son las más activas en organizarlos, en ‘profetizar’, en ‘ver señales del Espíritu Santo’, en obrar ‘curaciones’ (de su naturaleza y de su causa se hablará enseguida) y en imponer las manos a todos.

Lejos de escuchar las palabras de San Pablo, los jefes del movimiento hacen todos los esfuerzos para atraer a las mujeres; ellos intentan justificar su abierta desobediencia a la palabra de Dios afirmando que la prohibición de San Pablo de permitir a las mujeres hablar en la Iglesia fue sugerida a causa de las limitaciones que imponía la cultura en la que vivían. Hoy la cultura ha cambiado radicalmente, y así, pretenden ellos, el mandato de San Pablo no es actual; como de costumbre, los pentecostales carismáticos tergiversan y malinterpretan la Sagrada Escritura para adaptarla a sus propios fines.

La verdad es que en el mundo pagano, en los tiempos de San Pablo, había muchas mujeres que pretendían profetizar y hablar en nombre de los dioses. Pero San Pablo no tiene en cuenta las costumbres y hábitos culturales, sino que apela a la ley de Dios: «como dice la ley» (ibídem). {« No penséis que he venido a destruir la Ley ni los Profetas: no he venido a destruirla, sino a darle su cumplimiento.»}

¿Cuál puede ser, entonces el verdadero motivo, aunque oculto e inconfesable, de todos los esfuerzos para persuadir a las mujeres de que se adhieran al movimiento? Creemos que sucede porque se percatan de que, por su naturaleza emotiva, las mujeres pueden ser manejadas más fácilmente que los hombres para “creerse” movidas por el Espíritu Santo.

2) Los pentecostales se apoyan también en algunos episodios de los Hechos de los Apóstoles, especialmente en la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés.

Buscan traer a la mente de todo cristiano aquella gran experiencia mística, dicen:

“¿Por qué hay que privar a un cristiano de aquel don incomparable, tan necesario para una vida cristiana ferviente?”.

La respuesta es la siguiente:

a) En el primer y único Pentecostés, la experiencia mística y sensible del Espíritu Santo, junto con los carismas de lenguas, de profecía, de curaciones y semejantes, no fue concedida a todos, sino sólo a los Apóstoles y, probablemente, a los discípulos presen­tes en el Cenáculo. Ciertamente no se concedió a los tres mil convertidos que fueron bautizados en aquel día; sin embargo, los Apóstoles hablaban en una lengua, mientras que los oyentes les oían cada uno hablar en su propia lengua. Obviamente los Apósto­les hablaban arameo con su acento galileo, pero la gente les oía hablar en griego, en latín, en parto, en elamita, etc.; evidentemente, es del todo distinto a lo que sucede en las reuniones y encuentros carismáticos.

b) Los pentecostales se remiten también al capítulo 8 de los Hechos de los Apósto­les, donde se lee que en Samaria el diácono Felipe convirtió y bautizó muchas perso­nas. Cuando los Apóstoles en Jerusalén oyeron lo que había sucedido en Samaria, mandaron a Pedro y a Juan, que a su llegada impusieron las manos sobre los nuevos bautizados, quienes recibieron el Espíritu Santo.

Claro está, que se trata del Sacramento de la Confirmación, cuyo ministro ordina­rio es el Obispo. Esta es la interpretación constante de la Iglesia. Felipe, aunque diácono, hacedor de milagros, gran predicador, y que ha­bía administrado el Bautismo, no se atrevió a imponer las manos a sus nuevos bautizados, porque esto estaba reservado a los Apóstoles, que eran Obispos.

3) Otro episodio al que se remiten los carismáticos es la conversión de San Pablo, cuando Ananías le impuso las manos diciéndole:

«Saulo, hermano, me ha enviado el Señor; a quien viste en el camino, para que recuperes la vista y te llenes del Espíritu Santo. Inmediatamente sucedió que se desprendieron de los ojos de Pablo unas como escamas, y comenzó de nuevo a ver» (Hch. 9, 17-19).

Los carismáticos insisten en el episodio para justificar la imposición de las manos practicada por ellos. Pero nuevamente estamos ante una interpretación evidentemente errada.

Ananías era probablemente sacerdote y, de todas maneras, no iba imponiendo las manos a la gente para dar el Espíritu Santo; tuvo una visión y un mandato especial para este caso particular: «vete a la calle estrecha y busca en la casa de Judas a uno que se llama Saulo y que viene de Tarso» (Hch. 9, 11). Esto no tiene nada que ver con las pretensiones de los carismáticos.

4) Además hay otros dos episodios a los que apelan los pentecostales:

a) El primero es el episodio referido en el capítulo 19 de los Hechos de los Apóstoles (vv. 1-7), cuando San Pablo encontró en Éfeso doce discípulos de Juan Bautista. Des­pués de haberles instruido sobre Cristo, los bautizó en el nombre del Señor Jesús, y después que «les impuso las manos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos y comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar» (Hch. 19, 6). Pero esto es un caso más de administración de la Confirmación por parte de San Pablo, que ya era Obispo.

b) Otro episodio es la conversión a la Fe de Cornelio y de sus familiares: «mientras Pedro hablaba todavía, el Espíritu Santo descendió sobre los oyentes. Los fieles judíos que habían acompañado a Pedro se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo pudiese infundirse también sobre los paganos, toda vez que les oían hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios» (Hch. 10, 44-46).

Una vez más es preciso rebatir con firmeza que esto constituya una justificación del movimiento carismático. San Pedro no fue a Cesarea para imponer y conferir el Espíritu Santo; fue llevado hasta allí a través de una revelación especial, y el Espíritu Santo descendió mientras les hablaba para instruir a los oyentes sobre Cristo y sobre su misión. Dios obró un gran milagro, incluso antes que Cornelio y los suyos fueran bautizados, porque eran los primeros gentiles en ser acogidos oficialmente en la Iglesia y se necesitaba que le quedase bien claro a todos los cristianos judíos, tan convenci­dos de la idea de que nadie fuera del pueblo elegido podría entrar en el reino mesiánico, de que a partir de entonces los gentiles serían invitados a participar de los beneficios de la Redención. {Esta parte se toma, también, para la explicación del bautismo de deseo.}

De vuelta a Jerusalén, San Pedro fue ásperamente criticado por los judíos por lo que había hecho en Cesarea, pero él se defendió de sus acusadores con estas escuetas palabras: «si, pues, el mismo don otorgó Dios a ellos que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿yo quién era para poner vetos a Dios?» (Hch. 11,17).

Fuera de estos textos citados, casi esporádicos, no hay ninguna otra prueba de que semejante efusión externa del Espíritu Santo haya tenido lugar en la Iglesia Apostólica, ni siquiera, como ya se ha subrayado, el día de Pentecostés, cuando después de la predicación de San Pedro tres mil personas fueron bautizadas.

Además, Cristo jamás prometió tales experiencias místicas y dones extraordinarios a los cristianos, ni dio disposiciones para transmitirlos por medio de ritos particulares. Más exactamente, Él instituyó el Sacramento de la Confirmación, que la Iglesia siempre ha administrado y a través del cual cada cristiano participa en la efusión del Espíritu Santo.

La Confirmación, sin embargo, no confiere el Espíritu Santo con signos externos y milagros, tan ajenos al Espíritu de Cristo, sino silenciosamente y de manera misteriosa, como los otros Sacramentos.

Durante sus dos mil años de vida, la Iglesia Católica jamás ha conocido el “Bautismo del Espíritu”, tal como nos lo quieren enseñar los pentecostales carismáticos; sino que ha enseñado, infaliblemente, desde el Concilio Ecuménico de Florencia (1439) que la Confirmación es el Pentecostés de todo cristiano; las palabras del Concilio son: “en la Confirmación el Espíritu Santo se da para fortificar al fiel lo mismo que fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés” (Denzinger 697)

El Bautismo del Espíritu

Como ya se ha dicho, el “pentecostalismo” y el “carismatismo” eran desconocidos en la Iglesia, habiendo nacido en el siglo XIX entre las sectas protestantes. Los dos laicos Ralph Keifer y Patrick Bourgeois, {que decían ser católicos} que lo introdujeron en sus actividades, recibieron el ‘Bautismo del Espíritu’ de las manos de pentecostales protestantes; por lo tanto, su acción fue un insulto a la verdadera y única Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo y en consecuencia, una auténtica apostasía {si es que no hubiesen ya apostatado con los nuevos dogmas impíos como en seguir a sus ‘nuevos maestros’}. [7]

Ellos, con su acción, si no con las palabras, declararon que la Iglesia Católica no estaba capacitada para darles el Espíritu Santo por medio de los Sacramentos, los sacramentales, las bendiciones, el Sacrificio de la Misa, la Comunión, los verdaderos y efectivos retiros, las peregrinaciones, etc. Por eso se ‘sintieron constreñidos’ a buscarlo fuera, entre los pentecostales protestantes, donde se encontraría ‘fácilmente’.

Ahora bien, ¿cómo podía el Espíritu Santo comunicarse a tales personas? Si fuera así, esto implicaría que la Iglesia Católica no tiene el derecho a decir que es la única y verdadera Iglesia de Cristo; por consiguiente, si lo que afirma el Movimiento Carismático es cierto, todo católico debería abandonar la Igle­sia y unirse a los pentecostales protestantes, que fueron ‘henchidos del Espíritu Santo’ mucho antes que la Iglesia Católica supiera algo de ello.

¿Cómo puede un católico buscar al Espíritu Santo en una Iglesia no católica, sin negar implícitamente la unicidad de la Iglesia Católica?

Si el considerado ‘Bautismo del Espíritu’ fuese verdadero, sería en realidad un “Super sacramento”, instituido, sin embargo, no por Cristo sino por los hombres. Naturalmente, los pentecostales que se hacen llamar “católicos” niegan que sea un sacramento, pero esto se debe a la confusión e inseguridad que invaden toda su enseñanza doctrinal. Insisten en la “experiencia” y no están completamente seguros de la “doctrina”. En esto los pentecostales protestantes son mucho más coherentes en su desvío: rechazan el Bautismo de los niños y la Confirmación de los adolescentes, y en su lugar predican un ‘bautismo de fe’ para los adultos, que debe ser seguido por el verdadero ‘Bautismo del Espíritu’.

Pero los pentecostales carismatistas no se atreven a rechazar estos ‘Sacramentos’, por­que sería una palmaria herejía; sin embargo, a duras penas aluden a ellos en sus ense­ñanzas, y aquí y allá hacen afirmaciones sorprendentes, ajenas a la Fe. Tómese por ejemplo lo que dicen Kevin y Dorothy Ranaghan en el libro “Pentecostales católicos”, que se considera uno de los clásicos del movimiento:

“El Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra iniciación cristiana. Para los católicos, esta experiencia es una renovación, que hace nuestra iniciación concreta y explícita.”

Es difícil sondear la profundidad de los errores contenidos en estas líneas, pero aun así, pueden ser detectados. En primer lugar, en esta afirmación se supone que el ‘Bautismo del Espíritu’ tiene un significado distinto según se sea católico o protestante, y por lo tanto habría un ‘Bautismo del Espíritu’ para los protestantes y otro para los católicos.

Además, si “el Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra iniciación cristiana”, se sigue de ello que nadie es auténtico cristiano si no lo ha recibido, porque le faltaría algo fundamental en la vida cristiana. Las conclusiones serían verdaderamente sorprendentes: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Francisco Javier, Santa Teresa de Lisieux, San Pío X, todos los papas y los buenos cristianos anteriores a 1966, y posteriormente todos aquéllos que rehúsan recibir el ‘Bautismo del Espíritu’ o que simplemente no lo han recibido, no serían auténticos cristianos, ya que estuvieron privados de algo fundamental en la vida cristiana.

Esto implicaría también que habría un tipo de cristiandad dentro de la cristiandad, {o las dos a la vez y sin importar que contengan contradicciones} una raza elegida dentro del pueblo de Dios. Implicaría incluso que durante dos mil años la Iglesia Católica habría privado a sus hijos de la plenitud del Espíritu Santo. Se habría comportado con ellos como una madrastra indigna, hasta que los pentecostales ‘trajeron’ la plenitud del Espíritu Santo al seno de la Iglesia.

¿Quién podría medir las dimensiones de este necio y subyacente orgullo?

Los pentecostales auto nombrados ‘católicos’ niegan que el ‘Bautismo del Espíritu’ sea un sacramen­to, pero su negación la contradicen los hechos. Un sacramento, en realidad, es un signo externo que produce la gracia. Ahora bien, el llamado “Bautismo del Espíritu” tendría todos los elementos constitutivos de un sacramento: la imposición de las manos seria el signo externo; la invocación al Espíritu Santo sería la forma; la efusión del Espíritu sería el efecto. Pero hay más: si el “Bautismo del Espíritu” fuese verdadero, no sería un simple sacramento, sino un “súper sacramento”, muy superior a los otros siete reconocidos por la Iglesia, porque: a) no produciría simplemente la gracia, sino una efusión de ella semejante en plenitud a la producida el día de Pentecostés; b) además no produciría solamente la gracia en el alma, sino también una milagrosa efusión externa; c) por último, no produciría solamente la gracia interna y externa, sino que conferiría también dones milagrosos, como el don de curaciones, de profecía, de lenguas, etc.

TODO ESTO, NATURALMENTE, ES CONTRARIO A LA VERDADERA FE.

De pasada se puede observar que los carismáticos no se muestran muy interesados en los siete dones del Espíritu Santo, que se dan a todos los cristianos en el Bautismo y en la Confirmación se amplían: los dones de Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Cien­cia, Piedad y Temor de Dios. Es más, incluso en el caso de algunos sacerdotes como Darío Betancourt [8], uno de los líderes del movimiento en América, los dones del Espíritu Santo adquieren características nuevas y plagadas de errores.

Pero los verdaderos dones del Espíritu Santo, son mucho más deseables que los secundarios, como la sanación, el don de lenguas etc., los cuales no son necesarios ni para la salvación ni para conseguir un alto grado de santidad, y que incluso podrían terminar en una terrible trampa {en el caso de tener dicho don, que probablemente no lo tengan}, en cuanto podrían conducir al orgullo espiritual.

Si lo que los pentecostales afirman del ‘Bautismo del Espíritu’ fuese verdad, ¿dónde habría que colocar la Confirmación en la vida cristiana, según ellos?

Los pentecostales carismáticos, evitan la cuestión, y como no quieren negar abierta­mente la Confirmación, la ponen aparte. Ranaghan, en el libro citado “Pentecostales católicos”, propone la cuestión en estos términos:

“Se puede estar más seguro de lo que quiere decir estar bautizado en el Espíritu Santo, que de lo que quiere decir estar Confirmado”.

¡No saben lo que quiere decir: estar confirmado! Sin embargo la enseñanza inmemo­rial de la Iglesia es la infalible declaración del Concilio de Florencia en 1439, a saber: que «la confirmación es el Pentecostés de todo cristiano». Incluso —como veremos más adelante— algunos, como el ya mencionado Darío Betancourt, afirman que aunque se recibe el Espíritu Santo en la Confirmación y en el resto de los Sacramentos, EL ‘ESPÍRITU SANTO’ ESTÁ COMO LIGADO, FRENADO HASTA QUE EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU DE LOS CARISMÁTICOS, LO LIBERA DE NUESTRO INTERIOR Y LO HACE SURGIR.

El dilema es por lo tanto inevitable: o el ‘Bautismo del o en el Espíritu’ es verdadero y la Confirmación es falsa, o por lo menos no necesaria; o la Confirmación es verdadera y el ‘Bautismo del Espíritu’ es falso.

No pueden ser verdad las dos cosas. {Sino implicaría que puede existir Dios y a la vez muchos dioses, rompiendo así con la lógica, haciendo inservible la razón que Dios nos otorgó: que junto a la Fe de vital necesidad para creer en Él.}

Si un laico, hombre o mujer, o una religiosa, al imponer las manos, pueden impartir el Espíritu Santo junto con algunos poderes milagrosos, ¿qué necesidad tenemos de los obispos o de los sacerdotes? ¡NINGUNA! Los pentecostales protestantes afirman no tener necesidad de ellos; ¿por qué habríamos de tenerla los católicos? Cualquiera podría objetar que esto es llevar las cosas demasiado lejos. Además, los carismáticos dicen:

“¿Qué hay de malo en la imposición de las manos? ¿Es que cada cual no puede imponer las manos e invocar al Espíritu Santo?”.

A la primera objeción se responde que esto no es llevar las cosas demasiado lejos, sino su lógica conclusión. Desgraciadamente los pentecostales siguen la “experiencia” y no la “lógica”, y esto les vuelve sordos a la voz de la razón. A la segunda objeción se responde que se puede invocar al Espíritu Santo, pero no lo son para imponer las manos con el fin de introducir a los fieles en el camino al que quieren llevarles. Imponer las manos denota autoridad: Los Patriarcas del Antiguo Testamento impo­nían las manos a sus hijos para bendecirles. Cristo imponía las manos sobre los Após­toles para conferirles el Espíritu Santo. Los Apóstoles a su vez, y después de ellos los Obispos y los Sacerdotes, imponen las manos para consagrar y confirmar.

Pero ¿qué autoridad tiene un laico para imponer las manos sobre otro laico, o lo que es peor, sobre un ‘sacerdote’, o sobre un ‘obispo’? ¿Quién les ha dado esa autoridad?

NO CRISTO, que ha establecido el Sacramento de la Confirmación para conferir el Espíritu Santo; NI LA IGLESIA, la que no estableció el ‘Bautismo del Espíritu’; NI EL MISMO ESPÍRITU SANTO, puesto que no hay pruebas en la Escritura o en la Tradición de que haya conferido tal autoridad.

Y no se objete que es un simple gesto que cualquiera puede hacer: no es un simple e inútil gesto. Es un intento de acción “sacramental”, porque se hace una petición fantástica (casi se podría decir sacrílega) para que, por medio de ese gesto, se quieran producir una ‘efusión extraordinaria del Espíritu Santo’, con experiencia mística {en realidad preternaturales} y carismas muy superiores a los que pueden producir los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, del Orden, y verdaderamente de cualquier otro Sacramento.

Los carismáticos dicen que la efusión milagrosa del ‘Espíritu Santo se debe a la fe’: ¿es que no ha dicho Cristo que dondequiera que se reúnan dos o tres en su nombre, Él estaría en medio de ellos? ¿No ha afirmado también que cualquiera que tuviese fe como un grano de mostaza, sería capaz de obrar grandes milagros? ¿Por qué maravillarse entonces, si los carismáticos obran cosas fuera de lo cotidiano? {en el caso de que lo hicieran}. La afirmación suena bien cuando no se examina de cerca. Pero en realidad Cristo prometió que estaría entre aquellos que se hallaran reuni­dos en su nombre, pero tiene que ser en su nombre, esto es, entre aquellos que se reúnen para pedir lo que agrada a Dios. Ahora bien, Dios jamás ha prometido tales experiencias místicas, ni éstas son de ningún modo necesarias para nuestra santificación. Dios nos pide hacer uso de todos los medios ordinarios puestos a nuestra dispo­sición: Confesión, Sacrificio de la Misa, Comunión, otros Sacramentos, etc.

En realidad la búsqueda de la experiencia extraordinaria implica que los carismáticos no creen en el poder de los Sacramentos. Ellos ni siquiera creen en la presencia del Espíritu Santo, a menos que, como Tomás, lo sientan y lo toquen; y esto quedará certificado con las palabras de Darío Betancourt, como veremos más adelante. Aquí son oportunas las palabras de Cristo: «¡porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn. 20, 29). Parece que los pentecostales carismáticos han olvidado esta enseñanza de Cristo.

Examen de los pretendidos carismas

EL ‘DON’ DE SANACIÓN: – Al oír a los pentecostales o carismáticos o de la renovación carismática o en el espíritu, parece que estuvieran caminando sobre una alfombra esmaltada de innumerables ‘fenómenos’, que exhiben como prueba segura del ‘origen divino’ del movimiento. Sin embargo, para aceptar como auténticas las curaciones milagrosas se requieren tres condiciones:

a) Que se excluyan todas las causas naturales capaces de obrar una curación súbita, lo que no sucede por ejemplo en las curaciones milagrosas reales o verdaderas del cáncer o en la resurrección de los muertos.

b) Que el supuesto milagro se someta a un examen atento por parte de médicos, científicos y teólogos, como sucede por ejemplo en los milagros de Lourdes o en los que se atribuyen a la Virgen y a los Santos.

c) Que la sentencia final sea dada por la autoridad competente.

Ahora bien, estas tres condiciones no se dan en el Movimiento Carismático o Renovación Carismática. Ellos creen en los milagros por el simple testimonio de quienes dicen recibirlos; algunos “milagros” son de naturaleza trivial, otros de naturaleza psicológica, otros no duran permanentemente. Además sería necesario examinar las causas de cada fenómeno en particular.

Hay tres posibles causas:

1) Dios: pero en este caso hay que establecer que son verdaderos milagros, y en tal caso no debe haber ninguna traza de orgullo, de ostentación o de autosatisfacción, muy presentes en el movimiento carismático.

2) Procesos psicológicos: Por ejemplo, se pone un gran énfasis en el hecho de que algunos convertidos han abandonado su costumbre de beber; pero es notorio que los miembros de Alcohólicos Anónimos logran resultados similares por medio de la ciencia profana y con tratamientos que incluyen técnicas psicológicas, sin ningún recurso al “espíritu” invocado por los carismáticos.

3) El demonio: – Puede, también él obrar algunos “prodigios”, especialmente en una atmósfera cargada de emotividad, atmósfera que es la buscada en esos encuentros multitudinarios, que duran varias horas y donde se relatan testimonios y anécdotas, con fondo de música percusiva, sincopada y fuerte; y el orador a los gritos. Ante estas circunstancias se producen fenómenos de tipo psicológico, a partir de los cuales incluso se llega a una disociación de conciencia tan extrema que se liberan hormonas relajantes y que adormecen, explicando así las desapariciones de síntomas de dolor, aunque no disminuyan en nada las enfermedades.

El mismo Cristo nos ha puesto en guardia sobre esta posibilidad, por cuanto nos ha avisado que vendría un tiempo en el que los falsos profetas obrarían “milagros” o “prodigios” para engañar, si fuese posible, hasta a los elegidos. Como el movimiento carismático se basa en falsas premisas doctrinales, le es fácil al demonio infiltrarse y extraviar a las almas.

EL DON DE LENGUAS – Aunque ya hemos dicho algo de este argumento cuando examinamos la primera carta de San Pablo a los Corintios, podemos añadir alguna consideración, puesto que los carismáticos – pentecostales aprecian muchísimo este “don”.

Hasta hace poco tiempo ellos lo han considerado como la prueba definitiva de la efusión del ‘Espíritu Santo’. Esto implica como consecuencia que al recibir los Sacramentos nosotros no podamos estar seguros de haber recibido el Espíritu Santo, toda vez que no hay ningún fenómeno externo; ni siquiera en Sacramentos como el Bautismo, la Confirmación y el Orden, que han sido instituidos justamente para conferir una especial efusión del Espíritu Santo. En los Sacramentos, en efecto, nuestra única garantía es la fe sincera en la promesa de Cristo, atestiguada por la infalible autoridad de la Iglesia, aunque esta fe no se apoya casi nunca en el sentimiento o en la experiencia.

Contrariados por tales objeciones, los pentecostales dejaron de considerar estos dones como la prueba de la efusión del Espíritu Santo. Ante tales contradicciones, ¿qué debemos pensar? ¿Con qué autoridad establecen ellos los criterios de su fe? ¿Les indujo primero el ‘Espíritu Santo’ a creer que el ‘don’ de lenguas es la prueba definitiva, y recibir los ‘sacramentos’ no lo son?  [9] ¡Puede acaso el Espíritu Santo estar sujeto a tales contradicciones!

Y si consideramos la naturaleza del “carisma”, la perplejidad no puede más que aumentar, porque las lenguas que dicen hablar los pentecostales – carismáticos no son de hecho len­guas humanas. Son lenguas extrañas, simples balbuceos de sonidos ininteligibles, (que algunos han llegado a afirmar que era la “lengua o lenguaje de los ángeles”) a los que llaman glosolalia. Ya hemos notado que las “lenguas extrañas” de que se habla en los Hechos de los Apóstoles y en la primera carta a los Corintios eran verdaderas lenguas, si bien desconocidas en su mayor parte a los pre­sentes.

Los pentecostales, sin embargo, dan una explicación y hablan de la “posibilidad de orar no objetivamente, de una manera pre-conceptual”. Esta es la definición dada por Le Renouveau Charismatique (ver Lumen Vitae, Bruselas 1974):

“La posibilidad de orar no-objetivamente, de una manera pre-conceptual, tiene un valor considera­ble en la vida espiritual. Permite expresar con medios pre-conceptuales lo que no puede ser expresado conceptualmente. La oración en lenguas es a la oración normal como la pintura abstracta, no representativa, es a la pintura ordinaria. La oración en lenguas requiere un tipo de inteligencia que tienen hasta los niños”.

En primer lugar, no existe nada semejante en la Tradición de la Iglesia, en la ense­ñanza de los grandes maestros del espíritu y de los grandes místicos de la Iglesia [10]. Y aunque Cristo ha enseñado a los Apóstoles y a los primeros discípulos a orar y ha dado hasta una fórmula con la cual expresar las propias peticiones, Él jamás ha orado de manera “pre-conceptual” y “no objetiva”, ni ha enseñado a sus discípulos a hacer algo así. Este género de oración implica que los murmullos no corresponden a la realidad objetiva, puesto que son no objetivos, y que el ‘Espíritu Santo’ es incapaz de expresar la realidad divina en el lenguaje racional. PERO TODO ESTO ES FALSO. Los Profetas, Cristo, los Apóstoles y después los Santos en el curso de veinte siglos, inflamados en el Espíritu Santo, fueron capaces de expresar la más alta Verdad en lenguaje humano. La expresión, lógicamente, es inferior a la realidad, pero esto no se debe al uso de un lenguaje “no objetivo” o “pre-conceptual”, sino al hecho de que cuando el hombre habla de la realidad divina, necesariamente se expresa de forma analógica.

A este argumento de los carismáticos, además, sería necesario plantearle ulteriores interrogantes. Por ejem­plo: ¿podría ser que, lejos de ser un ‘don’ del Espíritu Santo, el “hablar en lenguas” [mussitationes] fuera un fraude o una manifestación de procesos psíquicos debidos a una explosión emotiva? Se puede añadir que hay, al menos en algunos casos, otra posible fuente: los demonios, que intentan engañar a los hombres remedando los ‘milagros’.

Otro fenómeno que hay que juzgar desfavorablemente es la multiplicación de este ‘milagro’. Uno de los jefes del carismatismo francés en 1978 decía que:

“En Francia el 80% de los carismáticos pentecostales habla en lenguas” (Le Figaro, 18 de Febrero 1978).

¿Así es que ese fenómeno sucede con tanta frecuencia?

Indiferentismo religioso

Como ya hemos recordado, el movimiento carismático pentecostal fue importado del pentecostalismo protestante. Los pentecostales carismáticos lo han reconocido agradeci­dos, y han llegado a considerar como auténtico el movimiento pentecostal de los pro­testantes. Era lógico que fuera así, pues de otra manera caerían en abierta contradicción con sus propios orígenes; en consecuencia, celebran sus encuentros de oración con los protestantes de cualquier denominación y sin distinciones. {No todos ellos claro, y así es como están divididos de los que sí.}

En estos encuentros, cualquiera que haya recibido el ‘don’ de ser “guía” puede impo­ner las manos sobre cualquiera [11], sin preocuparse de la ‘iglesia’ o mejor decir, secta a que perte­nezca. Todos reciben dones supuestamente del ‘Espíritu Santo’, hablan en ‘lenguas, interpretan, profetizan y sanan’.

Las diferencias doctrinales no les son una barrera. Y así los que se hacen llamar católicos, que deberían sostener que solamente ellos poseen la Verdad plena, no intentan iluminar a los protestantes con la plenitud de la Verdad que sólo se puede encontrar en la Iglesia Católica. En cuanto a los protestantes, lejos de admitir las justas pretensiones de la Iglesia Católica, lo cual debería ser el resultado lógico de una auténtica efusión del Espíritu Santo, afirman experimentar un ‘conocimiento más claro de la doctrina’ de sus respectivas denominaciones protestantes.

Tanto los carismáticos como los protestantes afirman trabajar, con rapidez y en ‘espíritu de caridad’ y de mutua comprensión, por la ‘unidad’, que es la mira del movimiento ecumenista. Las cuestiones doctrinales no se discuten, porque (como ellos dicen) buscan la unidad a “UN NIVEL MÁS PROFUNDO”.

Con lo de afirmar un “nivel más profundo” en realidad deberían decir “nivel emotivo”, que confunden con el “Amor sobrenatural”. Sin embargo, el nivel emotivo es el más falaz.

Sólo la Verdad es el nivel más profundo, y sólo en Él la unidad es posible porque Cristo vino a dar testimonio de la Verdad, rechazando todas las componendas con el error y la ambigüedad. Él ha dado su vida por la Verdad; si la Verdad no es aceptada y confesada plenamente, el amor sobrenatural y la unidad son imposibles. {Verdad captada por la razón que se conoce, se escucha o se lee, que no rompe con la lógica y no requiere de sentimientos para ello.}

El movimiento carismático, por tanto, está destinado a hacer naufragar la esperanza del ecumenismo, ya que ninguna unión será posible con los protestantes —o de otras confesiones— si no aceptan la plena potestad de fe y de gobierno de la Iglesia Católica.

Es notorio también que algunos jefes carismáticos han hecho afirmaciones, y han tomado posiciones, que difícil y/o imposiblemente se pueden conciliar con la doctrina católica. Así por ejemplo, Kevin Ranaghan (quien junto con su mujer Dorothy ha recibido el ‘Bautis­mo del Espíritu’, ayuda a Suenens a organizar el movimiento en todo el mundo, y ha escrito “Pentecostales Católicos”, que se considera un clásico en el tema) con ocasión de la ‘Encíclica Humanae Vitae’ (1968) sostiene, contra la enseñanza de Paulo VI, el derecho al control de los nacimientos.

¿Cómo podría el Espíritu Santo inspirar una cosa al que llaman ‘papa’ y otra contradictoria a Kevin Ranaghan?

¿O quizás él tenía razón y Paulo VI estaba equivocado?

Todavía más: en la página 4 de su libro “Pentecostales Católicos”, Kevin, citando “La Cruz y el puñal” de David Wilderson, escribe:

“Estas palabras muestran claramente que Cristo recibió el Espíritu para que pudiese ser Mesías y Señor”.

¡Sin embargo, esto es una herejía! Porque Cristo no recibió el Espíritu Santo para ser Mesías y Señor, sino que era las dos cosas desde su concepción, a causa de la Unión Hipostática.

INCREÍBLEMENTE, ES LO QUE TAMBIÉN AFIRMA DARÍO BETANCOURT COMO VEREMOS MÁS ADELANTE, Y QUE LO HACE CAER EN UNA HEREJÍA MÁS.

Tómese también la afirmación de la página 250, relativa a los promotores de una “auténtica vida de fe”. Kevin cita no sólo a San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Sales, sino también a Joaquín de Fiore (cuyos errores fueron condenados en 1215) [12], George Fox (fundador de los cuáqueros protestantes), John Wesley (fundador de los metodistas) y el ¡Telepastor Billy Graham!

Por ello, según Kevin Ranaghan:

“El Espíritu Santo no hace diferencia entre la Iglesia Católica y las varias denominaciones protestantes, sino que trabaja igualmente en todas, despreocupándose de lo que creen y enseñan.”

Rechazo de la ascética cristiana católica

Si pasamos de la teología especulativa a la ascética, tal como ha sido enseñada y vivida por los Santos, descubrimos que el movimiento carismático no sólo está privado de los requisitos fundamentales de una verdadera ascensión a Dios, sino que incluso le es perjudicial.

Reduce o quita la humildad y favorece el orgullo – La humildad es el fundamento y la fuente de todas las virtudes; el orgullo es la fuente de todos los pecados; la humildad es la virtud de Cristo, de María Santísima y de los Santos; el orgullo es el vicio de Satanás y de sus secuaces. El orgulloso está lleno de seguridad en sí mismo y de autoconfianza, busca lo sensacional y lo ostenta como virtud; el humilde, en cambio, busca el último puesto, evita lo sensacional y extraordinario, tiene miedo de engañarse y se considera indigno de los dones extraordinarios. Si Dios le da estos dones, los acepta con temor y temblor, incluso pide al Señor que se los quite y le lleve por la vía ordinaria; los esconde lo más posible, y si a veces, constreñido por la obediencia, debe hablar, lo hace con extrema repugnancia y reserva. {Más al respecto de este autor.}

Es exactamente lo opuesto de lo que les sucede a los carismáticos: desean dones extraordinarios, particularmente los que impresionan los sentidos, como el ‘don’ de lenguas [mussitationes], el de su interpretación, y el de curación.

Mientras el humilde implora «¡No a mí, Señor, no a mí!», el pentecostal se pone en primer lugar con atrevimiento y dice con los hechos, sino con las palabras:

“Heme aquí, Señor; haz que yo tenga la experiencia mística de Tu presencia, que hable lenguas, que yo tenga el poder de conferir el Espíritu Santo en el momento y ocasión que considere oportuno, que yo profetice, que yo cure a las personas en cualquier parte” .

Y cuando cree haber recibido el ‘Bautismo del Espíritu’, el carismático prosigue con atrevimiento imponiendo las manos, clamando al ‘Espíritu Santo’ y confiriéndolo; y sí alguna vez el Espíritu “se retrasa”, él insiste histéricamente: “¡Espíritu Santo, baja, tienes que bajar!” {Como si tuviera potestad alguna sobre Él}

Expone su alma al autoengaño – Alimentando un morboso deseo de lo sensacional, el movimiento crea una atmósfera sobrecargada de emoción, y que, por lo tanto, expone al autoengaño; declara, en efecto, que la experiencia personal es la suprema prueba de la efusión del ‘Espíritu Santo’.

Sin embargo esto es contrario a la enseñanza de Cristo, que dijo que el cumplimiento de la Voluntad de Dios es el único criterio seguro de estar en la vía de la salvación:

«No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial, este entrará en el Reino de los Cielos» (Mt. 7,21).

Frecuentemente, ¡qué penoso y difícil es hacer la voluntad de Dios! El corazón está seco, la voluntad es débil y la carne molesta; sin embargo, hacer la voluntad de Dios en estas circunstancias, es gran perfección.

Jesús llegó hasta a excluir que los dones extraordinarios fueran un signo seguro de salvación, mientras que los pentecostales protestantes y carismáticos los consideran como una prueba irrefutable de la autenticidad de su experiencia. Estas son las palabras de Jesús:

«Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!; ¿es que no hemos profetizado en tu nombre y no hemos expulsado los demonios y hecho milagros en tu nombre? Entonces les diré: ¡No os conozco, alejaos de mí, obradores de iniquidad!” (Mt. 7, 22-23)

La experiencia, siendo muy subjetiva y la más débil de todas las pruebas, está extremadamente expuesta al autoengaño. Basta estar presente en los momentos culminantes de los ‘encuentros de oración’ de los carismáticos. Lo que sucede muy frecuentemente en estos momentos es desconcertante, y en lugar de inducir al espectador honesto a reconocer la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, le induce a temer que otro “espíritu” esté en medio de ellos, ‘espíritu’ que goza al poder engañar tan fácilmente a los hijos de los hombres y conducirlos sin esfuerzo a un reino donde Cristo no reina.

En torno a este aspecto del movimiento carismático, he aquí lo que escribe un autor francés, Henri Caffarel:

“Sería inútil recoger aquí ejemplos, pero es claro que normal­mente, por la excitación que domina en esta asamblea, se está muy cerca del histeris­mo colectivo y los jefes son evidentemente incapaces de canalizar las explosiones emotivas. En algunos casos no se puede estar seguro de sí se está todavía en los límites de una auténtica vida cristiana, o si ya se roza la superstición y la magia. El Maligno, ciertamente… ¡recoge su cosecha!”

No es difícil comprender que estas asam­bleas amenacen seriamente la fe de las personas, su vida espiritual y su equilibrio psíquico. También se comprende que den origen a falsos profetas y falsos sanadores, como aquellos de quienes habló Cristo cuando dijo:

«Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestiduras de corderos, pero por dentro son lobos rapaces.» (Mt. 7, 15)

Todavía más: Ralph Martin, director del movimiento carismático, en su libro “A me­nos que el Señor construya la Casa ”, expone el problema en otros términos:

“Demasiados van más allá de los límites de la moralidad, ya que se crean relaciones personales entre sacerdotes, religiosas y laicos que tristemente degeneran del plano espiritual a un nivel puramente natural y sensual. El ágape degenera en el eros”.

Hay veces en que la ‘Imposición de Manos’ de los Carismáticos culminó en lascivas y lujuriosas situaciones de toqueteos sexuales.

Es contrario a la experiencia de quienes han vivido espiritualmente – La enseñanza y la práctica de los carismáticos – pentecostales contradice el ejemplo de los Santos, parti­cularmente de los grandes místicos, (a pesar de citarlos constantemente como inspiradores de las técnicas que ellos ponen en marcha). Los Santos constantemente temían ser engañados por el demonio, desdeñaban los fenómenos extraordinarios, y pedían al Señor con insistencia el mantenerlos en la vía ordinaria.

Para evitar autoengañarse, se confiaban ordinariamente a expertos directores espi­rituales, y frecuentemente recibían ayuda providencial del mismo Dios. Les declaraban hasta los más insignificantes sentimientos de su corazón y obedecían heroicamente a lo que les mandaban. ¿Se puede imaginar a Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, recorriendo el mundo haciendo ostenta­ción de sí mismos, en su reconocido carácter de auténticos dispensadores del Espíritu Santo?

La enseñanza y la práctica carismática contradicen también la explícita enseñanza de los grandes maestros de la vida espiritual y de los Doctores de la Iglesia, que constante y unánimemente enseñan que las verdaderas virtudes que hay que pretender son la humil­dad, la mortificación, el amor de la humillación, el aniquilamiento de sí mismo, la vida escondida, el evitar la singularidad y la ocasión, para que el orgullo no nazca en el corazón.

San Juan de la Cruz resume así esta doctrina:

«POR TANTO DIGO QUE DE TODAS ESTAS APRENSIONES Y VISIONES IMAGINARIAS Y OTRAS CUALESQUIERA FORMAS O ESPECIES […] AHORA SEAN FALSAS DE PARTE DEL DEMONIO, AHORA SE CONOZCAN SER VERDADERAS DE PARTE DE DIOS, EL ENTENDIMIENTO NO SE HA DE EMBARAZAR NI CEBAR EN ELLAS, NI LAS HA EL ALMA DE QUERER ADMITIR NI TENER PARA PODER ESTAR DESASIDA, DESNUDA, PURA Y SENCILLA» (Subida al Monte Carmelo. lib. II. Cap. 16).

Es exactamente lo opuesto de lo que hacen los carismáticos.

Los carismáticos abandonan la Cruz – El movimiento se concentra en la celebración de la “alegría” del espíritu. No hay lugar en el movimiento para la agonía del Getsemaní, los tormentos de la Pasión, las noches del alma que resaltan en la vida de los Santos; como la noche tan profunda que arrancó de los mismos labios de Cristo el grito de indecible dolor:

«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt. 27, 46). [13]

Los carismáticos deberían saber que la santidad no consiste en la alegría perpetua, sino en el sufrimiento aceptado. Cristo ha llevado a sus Santos, particularmente a los grandes místicos, a las alturas de la santidad no precisamente por el camino de la alegría, sino por un inenarrable dolor, porque la esencia del amor no es la alegría, sino el sufrimiento:

«Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.» (Mt. 16, 24) {«Que nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos.» Jn. 15, 13}

La auténtica celebración de la alegría está reservada para el cielo.

Es indicio de mayor perfección decir «que se haga tu Voluntad» en la agonía de Getsemaní, que en la alegría constante.

El movimiento carismático contradice a su mismo ‘Concilio’ entre 1962-65: en efecto, este indica que los “dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos” (lumen gentium, n. 12) [14].

Conclusión

Hemos examinado, con objetividad y sinceridad, el Movimiento Carismático desde distintos puntos de vista, y lo hemos encontrado frágil, contradictorio, erróneo y pernicioso. Pero en medio de la multitud, el clamor, el dinero que movilizan y los alborotos suscitados por el Movimiento, es difícil hacer prevalecer la voz de la recta razón.

Vivimos una época delirante, en que la enseñanza y la tradición de la Iglesia {como la misma lógica} son abiertamente atacadas o postergadas con desprecio. Parece que han llegado los tiempos profetizados por San Pablo a Timoteo:

«Porque vendrá tiempo en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas que lisonjeen sus pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios para satisfacer sus desordenados deseos» II Tim. 4,3-4 {Biblia Torres Amat}.

San Pablo nos invita a examinar todo, a retener lo bueno, a rechazar lo malo.

“A LA LUZ DE LA SANA TEOLOGÍA Y LA TRADICIÓN, EL MOVIMIENTO NO SE CALIFICA COMO COSA BUENA: PARTE DE PRETENSIONES FANÁTICAS, MINA LA FE, INDUCE A LAS ALMAS A UN FALSO MISTICISMO, Y LAS CONDUCE A TRAVÉS DE LA CREDULIDAD Y EL ORGULLO OCULTO, A SATANÁS.”

Por tanto está plenamente justificado el juicio del obispo Robert Joseph Dwyer [15], cuando dijo:

“Juzguemos el Movimiento Carismático como una de las orientaciones más peligrosas en este tiempo, estrechamente ligado en espíritu con otros movimientos destructivos y separadores que amenaza con grave daño a innumerables almas” (Christian Order, mayo 1995, pág. 265).

Varios autores, Revista SI SI NO NO Ed. It.

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Como último recurso que utilizan es que citen cómo les favorecen los que ellos consideran ‘papas’, que si uno lee lo que afirman tales: unos dicen una cosa y el sucesor les contradice; no parece que den total aceptación del movimiento unos, mientras otro parece que sí. ¡Sin embargo, acaso aquellos realmente fueron papas! No obstante, ¿es posible que lo que tengan en común los recientes 6 vestidos de blanco sean dogmas impíos que atentan a los DOGMAS atados por la Iglesia hasta Pío XII? NO, entonces tampoco tiene valor este último argumento que presentan. Más al respecto acá.


[1] {Implícitamente condenada, ya que contiene varias herejías del protestantismo. El Papa San Pío X renueva la condena al protestantismo al condenar: “El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia, si no se transforma en un cristianismo no dogmático, es decir, en protestantismo amplio y liberal.” Ver en Denzinger n. 2065.}

[2] {Condenada por el Papa San Pío X: «Fuera de esto, para reprimir las audacias, cada día mayores, de muchos modernistas, que se esfuerzan con sofismas y artificios de todo género para enervar la fuerza y eficacia no sólo del decreto Lamentabili sine exitu, que publicó el 3 de julio del presente año, por mandato nuestro, la Santa Romana y Universal Inquisición, sino también de nuestras letras encíclicas Pascendi Dominici gregis, del 8 de septiembre del mismo año, reiteramos y confirmamos con nuestra autoridad apostólica tanto el citado decreto de la Sagrada Congregación Suprema cuanto las mencionadas letras apostólicas nuestras, añadiendo la pena de excomunión contra los contradictores; y asimismo declaramos y decretamos que si alguno, lo que Dios no permita, llegare con su audacia hasta el extremo de defender alguna de las proposiciones, opiniones y doctrinas reprobadas en los dos documentos antedichos, incurrirá por el mismo hecho en la censura del capítulo Docentes de la constitución Apostolicae Sedis, que es la primera entre las excomuniones latae sententiae simplemente reservadas al Romano Pontífice. Esta excomunión debe entenderse, salvas las penas en que puedan incurrir los que faltaren contra dichos documentos como propagadores y propugnadores de herejía, si sus proposiciones, opiniones o doctrinas fueren heréticas, como más de una vez sucede a los adversarios de los mencionados documentos, sobre todo si propugnan los errores de los modernistas, que son el conjunto de todas las herejías.» Papa San Pío X, Praestantia Scripturae Sacrae}

[3] {Si te parece muy “conspiracionista” esto, que mejor te lo digan los Papas acá.}

[4] {Puede ser que el lector perteneciente a la llamada renovación carismática disienta de algunos términos y conceptos que describen lo que hace, o quizá no haga en su totalidad, y ese es otro problema: dicho movimiento carece de un orden.}

[5] {O mejor debería llamárseles conspiradores, cooperadores, cómplices, etc.}

[6] {Desconocemos si habrán sido o no de buena voluntad, sin embargo ya no era una voluntad católica, como tampoco la tenían, aunque reducida, sus alumnos, como de ellos acá, se afirma, pensaban que estaban. No son católicos porque adherían a “pastores” que asentían las constituciones dogmáticas del ‘concilio’ Vaticano II: que son heréticas ya que contradicen a la enseñanza de la Iglesia custodiada desde Pedro hasta Pío XII, por ejemplo ellos afirman en lumen gentium: «Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero.» Pero los mahometanos rechazan que Jesucristo sea Dios, por tanto es contrario a la doctrina de Cristo esta afirmación, que por ello: es herejía. Para saber otras de sus herejías confrontadas por el Magisterio Verdadero, seleccionar acá.}

[7] {Papa Pío XI: «Bien claro se muestra, pues, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de no católicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno a los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual. El mismo la fundó para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia… Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno, compacto y conexo, lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo.» – Mortalium animos}

[8] {Ordenado en 1964}

[9] {Probablemente esto también es su problema, ya que el nuevo rito del sacerdocio y episcopado impuesto por Paulo VI es inválido, entonces sólo tienen al alcance el bautismo y matrimonio, si es que en ambos se cumplen las condiciones para su validez, el cual no requiere de un sacerdote. Más al respecto en este escrito.}

[10] {Verdadero compendio de Ascética y Mística, puede encontrarlo acá.}

[11] {En otros casos basta que uno desee hacerlo.}

[12] {«Condenamos, pues, y reprobamos el opúsculo o tratado que el abad Joaquín ha publicado contra el maestro Pedro Lombardo, sobre la unidad o esencia de la Trinidad…» IV Concilio de Letrán, ver completo en Denzinger n. 431»

[13] {“Explicación literal de la cuarta Palabra: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” y en este siguiente.}

[14] {En este caso afirma correctamente, pero es su concilio, ya que no es posible que este en varias partes contradiga a los 20 Concilios ecuménicos, por tanto no es de la Iglesia católica sino de una nueva, ajena a Jesucristo, más al respecto acá.}

[15] {Consagrado en 1952 por Mons. Eduardo Daniel Howard.}

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