La objeción «Pero ya hemos tenido papas malos»

Fuente, 2019

¿Es Francisco un «mal padre» pero sigue siendo tu padre»?

Con el reciente circo idolátrico, herético y blasfemo que rodea al Sínodo de Amazonas [2019], las “autoridades y apologistas” del Novus Ordo y de los semitradicionalistas están ofreciendo una vez más falsas soluciones a sus desventurados seguidores, soluciones dirigidas principalmente a una cosa: la continua aceptación de Jorge Bergoglio (Francisco) como “papa” de la Iglesia Católica, sin importar lo absurda e indefendible que pueda ser la idea – ya que la única visión verdaderamente intolerable para ellos es la conclusión teológica del Sedevacantismo.

Una de las objeciones más comunes que se escuchan contra el Sedevacantismo es: «Pero ya hemos tenido Papas malos» o «¡Un padre malo sigue siendo tu padre!». Las personas que piensan que tales argumentos pueden legitimar a Francisco no saben lo que es el papado; o son incapaces de comprender, la diferencia entre, por un lado, los católicos que llevan una vida inmoral, y, por otro lado, los herejes.

Francisco no es un mal católico. Manifiesta varias veces que no es católico. Ese es el quid de la cuestión. Por lo tanto, decir que hemos tenido malos Papas en el pasado y seguían siendo Papas válidos, no tiene relación alguna. Un hombre que profesa la fe católica entera y completa, por muy malvado que sea, sigue siendo miembro de la Iglesia católica. Incluso si odia a Dios. Aunque sea un asesino. Incluso si es un sodomita.

¡Dios no lo permita, por supuesto! Tal hombre, si no se arrepiente, tendrá una eternidad de sufrimiento en el infierno. Su pertenencia a la Iglesia no le habrá servido de nada; su Fe, enteramente muerta por falta de caridad, no le salvará en lo más mínimo. Su conocimiento de la Verdadera Fe no hará más que aumentar su miseria en el infierno porque habrá pecado con pleno conocimiento de la pecaminosidad de sus actos.

Sí, todo esto es cierto. Pero tal hombre, si fuera elegido para el papado, seguiría siendo un Papa válido, porque lo que impide que un hombre sea elegido válidamente para el papado no es la falta de santidad, sino la profesión pública de herejía (entre otras cosas) [como la herejía/cisma pertinaz oculta, que se manifestará luego]. En otras palabras, lo que le impide ser un Papa válido no es la comisión de pecados contra la moral (de lo contrario casi nadie podría ser Papa, ya que la gran mayoría somos pecadores), no importa cuántos o cuán graves sean, pero sí importa la comisión de ciertos pecados contra la Fe.

Esta es una enseñanza católica estándar y no es controvertida. El Papa Pío XII lo expresó mejor cuando enseñó con autoridad en su hermosa encíclica sobre la Iglesia:

«Pero entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del Bautismo, y, profesando la verdadera fe, no se hayan separado, miserablemente, ellos mismos, de la contextura del Cuerpo, ni hayan sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas […]

«Ni puede pensarse que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrenal, conste únicamente de miembros eminentes en santidad, o se forme solamente por la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite [Mt 18,17]. Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía. Ni la vida se aleja completamente de aquellos que, aun cuando hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando, y, por lo tanto, se hayan hecho incapaces de mérito sobrenatural, retienen, sin embargo, la fe y esperanza cristianas, e iluminados por una luz celestial son movidos por las internas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo a concebir en sí un saludable temor, y excitados por Dios a orar y a arrepentirse de su caída.» (Papa Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, n. 10)

Fijaos bien señores: Los únicos pecados que por su propia naturaleza separan a un hombre de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, son los pecados de cisma, herejía y apostasía. Lo que esto significa es que estos pecados son tales que cometerlos hace que uno deje de ser católico. Un hereje, después de todo, profesa una religión diferente a la de un católico, y por lo tanto no puede ser miembro de la Iglesia, porque no se puede ser católico y no católico al mismo tiempo. (Lo mismo ocurre, incluso más, con un apóstata. El cisma es ligeramente diferente porque es un pecado contra la caridad [que puede ser mortal si uno es consciente] y no contra la Fe, pero esto no tiene por qué preocuparnos aquí).

Por lo tanto, un cismático y/o un hereje, o un apóstata no podría ser un Papa válido, porque esto significaría que un hombre que no es miembro del Cuerpo Místico de Jesucristo pudiese ser la cabeza de ese Cuerpo Místico, lo cual es una contradicción. La Enciclopedia Católica, compilada durante el reinado del Papa San Pío X, afirma muy claramente: «Por supuesto, la elección de un hereje, cismático o mujer sería nula» (sobre las Elecciones papales).

Para apreciar lo importante y grave que es esta diferencia entre el mal católico y el no católico, echemos un vistazo a uno de los Papas católicos más inmorales de la historia: El Papa Juan XII, que reinó del 955 a 963. El príncipe Octavio (su nombre de nacimiento) sólo tenía 16 años cuando fue elegido, y era un completo réprobo moral:

«Nada en su vida le marcaba para este cargo, y todo debería haberle alejado de él. Rara vez se le veía en la iglesia. Sus días y sus noches los pasaba en compañía de hombres jóvenes y de mujeres de mala reputación, en los placeres de la mesa y de las diversiones y de la caza, o en placeres sensuales aún más pecaminosos. Se cuenta que a veces, en medio de disolutas juergas, se había visto al príncipe beber a la salud del diablo. Elevado al cargo papal, Octavio cambió su nombre y tomó el de Juan XII. Fue el primer papa que asumió a sí un nuevo nombre. Pero su nueva dignidad no supuso ningún cambio en su moral, y sólo añadió la culpa del sacrilegio.

«La divina providencia, velando por la Iglesia, preservó milagrosamente el depósito de la fe, del que este joven voluptuoso era guardián. La vida de este Papa fue un escándalo enorme, pero su bullarium es intachable. No podemos admirar suficientemente este prodigio. No hay un hereje o un cismático que no se haya esforzado por legitimar dogmáticamente su propia conducta: Focio intentó justificar su orgullo, Lutero sus pasiones sensuales, Calvino su fría crueldad. Ni Sergio III, ni Juan XII, ni Benedicto IX, ni Alejandro VI, pontífices supremos, definidores de la fe, seguros de ser escuchados y obedecidos por toda la Iglesia, pronunciaron, desde la altura de su púlpito apostólico, una sola palabra que pudiera ser una aprobación de sus desórdenes.

«A veces, Juan XII se convirtió incluso en el defensor del orden social amenazado, del derecho canónico vulnerado y de la vida religiosa expuesta al peligro.» (Rev. Fernand Mourret, A History of the Catholic Church, Vol. 3 [St. Louis, MO: Herder Book Co., 1946], pp. 510-511).

Sí, puede haber Papas malos, ciertamente. Pero en el ejercicio de su cargo serán tan ortodoxos y tan católicos como cualquier otro. Así lo prometió Cristo: «Y yo te digo: que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18). Esa es la doctrina católica sobre el papado, respaldada por Dios mismo:

«…la Iglesia ha recibido de lo alto una promesa que la garantiza contra toda debilidad humana. ¿Qué importa que el timón de la barca simbólica haya sido confiado a manos débiles, cuando el Piloto Divino se encuentra en el puente, donde, aunque invisible, está vigilando y gobernando? Bendita sea la fuerza de su brazo y la multitud de sus misericordias.» (Papa León XIII, Alocución a los Cardenales, 20 de marzo de 1900; extraído de Papal Teachings: the Church, p. 349) [1]

«El Papa tiene las promesas divinas; incluso en sus debilidades humanas, es invencible e inconmovible; es el mensajero de la verdad y la justicia, el principio de la unidad de la Iglesia; su voz denuncia los errores, las idolatrías, las supersticiones; condena las iniquidades; hace amar la caridad y la virtud.» (Papa Pío XII, Discurso Ancora Una Volta, 20 de febrero de 1949)

Por lo tanto, si se dijera que Francisco es el “papa”, habría que concluir que toda la enseñanza católica sobre el papado se aplica a él y que sus garantías se verifican en él. Para ver cómo se mide a Jorge Bergoglio, hemos reunido una pequeña herramienta útil:

Test para descubrir si Francisco es quien dice ser

A diferencia de lo que tantos prominentes «tradicionalistas» han estado soltando durante décadas, la Iglesia no tiene garantizado tener un Papa en todo momento; pero cuando tiene uno, tiene garantizado uno que es católico. Esto es evidente también, porque el Papa es el principio de unidad en la Iglesia y la regla próxima de la Fe; es el garante de la ortodoxia y a él deben someterse todos como condición de su salvación (ver Denz. 469) [2]. La idea de que un hereje público pueda ser Papa y enseñar de acuerdo con sus herejías, echaría por tierra todo esto.

Así, San Roberto Belarmino, el Doctor del Papado, enseñó:

«El Papa es el Maestro y Pastor de toda la Iglesia, por lo tanto, toda la Iglesia está tan obligada a escucharlo y seguirlo que si él se equivocara, toda la Iglesia se equivocaría.

«Ahora bien, nuestros adversarios responden que la Iglesia debe escucharlo siempre que enseñe correctamente, pues Dios debe ser escuchado más que los hombres.

«Por otra parte, ¿quién juzgará si el Papa ha enseñado correctamente o no? Porque no corresponde a las ovejas juzgar si el pastor se desvía, ni siquiera y especialmente en aquellos asuntos que son verdaderamente dudosos. Tampoco tienen las ovejas cristianas ningún juez o maestro mayor al que puedan recurrir. Como mostramos anteriormente, de toda la Iglesia se puede apelar al Papa, pero de él nadie puede apelar; por lo tanto, necesariamente toda la Iglesia se equivocará si el Pontífice se equivoca.» (San Roberto Belarmino, De Romano Pontifice, Libro IV, Capítulo 3; traducción de Grant)

Mientras que ciertos tradicionalistas autoproclamados de reconocimiento y resistencia quieren «unir a los clanes» para montar una defensa unificada contra la abierta heterodoxia de su «cabeza», el Magisterio católico es bastante claro en que el único principio que puede producir la unidad del rebaño es el Papa, que es el único que posee la autoridad sobre todos los cristianos y que no puede llevar al rebaño por el mal camino en materia de Fe y moral:

«La vigilancia y la solicitud pastoral del Romano Pontífice… según los deberes de su oficio, se manifiestan principalmente y sobre todo en mantener y conservar la unidad e integridad de la fe católica, sin la cual es imposible agradar a Dios. Se esfuerzan también para que los fieles de Cristo, no siendo como niños irresolutos, ni llevados por todo viento de doctrina por la maldad de los hombres [Ef 4,14], lleguen todos a la unidad de la fe y al conocimiento del Hijo de Dios para formar el hombre perfecto, a fin de que no se dañen unos a otros ni se ofendan en la comunidad y en la sociedad de la vida presente, sino que, unidos en el vínculo de la caridad como miembros de un solo cuerpo que tiene a Cristo por cabeza, y bajo la autoridad de su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, sucesor del bienaventurado Pedro, de quien se deriva la unidad de toda la Iglesia, aumenten en número para la edificación del cuerpo, y con la asistencia de la gracia divina, gocen de tranquilidad en esta vida para gozar de la bienaventuranza futura.» (Papa Benedicto XIV, Constitución Apostólica Pastoralis Romani Pontificis, 30 de marzo de 1741; extraído en Papal Teachings: The Church, p. 31) [3]

«La Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen la primacía en todo el mundo. El Romano Pontífice es el Sucesor del Bienaventurado Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, verdadero Vicario de Cristo, Jefe de toda la Iglesia, Padre y Maestro de todos los cristianos.» (Papa Benedicto XIV, Constitución Apostólica Etsi Pastoralis, 26 de mayo de 1742; extraído de Papal Teachings: The Church, p. 32)

«Sólo a los pastores se les dio todo el poder de enseñar, juzgar y dirigir; a los fieles se les impuso el deber de seguir su enseñanza, de someterse con docilidad a su juicio y de dejarse gobernar, corregir y guiar por ellos en el camino de la salvación. Así, es una necesidad absoluta que los simples fieles se sometan de mente y corazón a sus propios pastores, y que éstos se sometan con ellos al Jefe y Supremo Pastor.» (Papa León XIII, Carta Apostólica Epistola Tua al Cardenal Guibert)

«Además, declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sometida al Romano Pontífice.» (Papa Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam)

«La unión con la Sede Romana de Pedro es… siempre el criterio público de un católico… “No debéis ser considerados como poseedores de la verdadera fe católica si no enseñáis que hay que tener la fe de Roma”.» (Papa León XIII, Encíclica Satis Cognitum, n. 13)

«…[El] instrumento fuerte y eficaz de la salvación no es otro que el Pontificado Romano.» (Papa León XIII, Alocución del 20 de febrero de 1903; extraído de Papal Teachings: The Church, p. 353)

¡Qué! ¿No has escuchado estas cosas en tu periódico, blog o “clérigo” favorito? Intenta aplicar las citas anteriores a la Secta del Vaticano II y a sus «papas», y te das cuenta rápidamente del fraude que defienden. ¿Es Francisco, incluso en sus actos oficiales, «el instrumento fuerte y eficaz de la salvación»? A veces difícilmente y otras un rotundo no. Si hay algo en lo que es fuerte y eficaz, es en provocar la pérdida de la “fe” de sus seguidores.

Fíjense también en la enseñanza dogmática del Concilio Vaticano de 1870 sobre la conexión entre el Papado y la Verdadera Fe, una conexión que no es meramente incidental sino esencial y necesaria:

«Para cumplir este oficio pastoral, nuestros predecesores trataron incansablemente que la doctrina salvadora de Cristo se propagase en todos los pueblos de la tierra; y con igual cuidado vigilaron de que se conservase pura e incontaminada dondequiera que haya sido recibida. Fue por esta razón que los obispos de todo el orbe, a veces individualmente, a veces reunidos en sínodos, de acuerdo con la práctica largamente establecida de las Iglesias y la forma de la antigua regla, han referido a esta Sede Apostólica especialmente aquellos peligros que surgían en asuntos de fe, de modo que se resarciesen los daños a la fe precisamente allí donde la fe no puede sufrir mella [Concilio de Florencia, sesión VI]. Los Romanos Pontífices, también, como las circunstancias del tiempo o el estado de los asuntos lo sugerían, algunas veces llamando a concilios ecuménicos o consultando la opinión de la Iglesia dispersa por todo el mundo, algunas veces por sínodos particulares, algunas veces aprovechando otros medios útiles brindados por la divina providencia, definieron como doctrinas a ser sostenidas aquellas cosas que, por ayuda de Dios, ellos supieron estaban en conformidad con la Sagrada Escritura y las tradiciones apostólicas.

«Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Ciertamente su apostólica doctrina fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por los santos y doctores de recta doctrina, ya que ellos sabían muy bien que esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos” [Lc 22,32]. (Concilio Vaticano de 1870, Constitución dogmática Pastor Aeternus, capítulo 4; Denz. 1836-1837)

Es hora de cambiar de canal. Es hora de dejar de imbuirse de la propaganda semi-tradicionalista producida por The Remnant y sus primos “teológicos”.

Como católicos, podemos aceptar a un Papa Juan XII libertino pero católico antes que a un Francisco «amable» pero herético cualquier día. El Papa Pío IX nos lo recuerda una vez más:

«Ahora bien, sabéis bien que los más mortíferos enemigos de la religión católica han librado siempre una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Cátedra [de San Pedro]; no ignoran en absoluto que la religión misma no puede jamás tambalearse y caer mientras esta Cátedra permanezca intacta, la Cátedra que se apoya en la roca que las orgullosas puertas del infierno no pueden derribar y en la que se encuentra la entera y perfecta solidez de la religión cristiana.» (Papa Pío IX, Encíclica Inter Multiplices, n. 7)

Pero la supuesta «Silla de San Pedro» de la Secta del Vaticano II se ha tambaleado y ha caído [como la incoherencia de su “doctrina” entre otros]; por lo tanto, no puede ser la verdadera y genuina Silla de San Pedro.

La Sede de Pedro ha estado vacante desde la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 1958. Definitivamente no ha sido válidamente ocupada por los impostores de la “iglesia” del Vaticano II (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco).

Pero téngase en cuenta: Aunque la Iglesia no tenga siempre un Papa, siempre tendrá la Verdadera Fe. Y sólo por eso sabemos que la Secta del Vaticano II no puede ser la Iglesia Católica de nuestro Señor Jesucristo.

Entonces… ¿ahora qué, se pregunta? Ahora vaya y sea un verdadero católico.

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Con esta página web estamos de acuerdo con muchos puntos, pero no por ejemplo con: quedarnos de brazos cruzados frente a la solución de la vacancia de la sede apostólica. Para saber más de ello visite este blog.


Notas añadidas. Algunos hipervínculos cambiados a otras direcciones en español.

[1] https://obrascatolicas.com/editorarealeza/download/papal-teachings-the-church/

[2] http://www.obrascatolicas.com/livros/Teologia/denzinger_1963_em_espanhol.pdf

[3] https://obrascatolicas.com/editorarealeza/download/papal-teachings-the-church/

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