¿He rechazado al ‘papa’?

Traducción y edición del escrito de un sacerdote. El contenido entre llaves: {…} está añadido por este blog, y también las: ‘…’ que significan que dicho contenido no lo consideramos de ese modo, sino que así los hacen los seguidores de dicho.

Fuente, 1992.

Nota: En su columna de The Remnant en abril de 1992, Michael Davies reprodujo una reseña favorable de mi reciente estudio, The Problems with the Prayers of the Modern Mass (Rockford IL: TAN Books 1991). El editor de The Remnant, Walter Matt, adjuntó su propio comentario a la reseña, y afirmó que yo «aparentemente he rechazado la autoridad del Papa.» En un número posterior, el Sr. Matt publicó una carta al director atacándome por los mismos motivos.

      La acusación es totalmente falsa y me presenta injustamente como un cismático. La siguiente es una carta que envié a The Remnant poco después de que apareciera el primer artículo. Después de dos cartas y una llamada telefónica mía preguntando por qué esta carta nunca apareció, The Remnant finalmente la publicó a finales de 1992.

25 de mayo de 1992

Al editor de The Remnant:

      Felicito a Walter Matt y Michael Davies por su objetividad al publicar una reseña de mi estudio, The Problems with the Prayers of the Modern Mass. (The Remnant, 31 de abril de 1992.) En efecto, a menudo hemos discrepado sobre el origen del problema en la nueva ‘Iglesia’ y sobre las soluciones que deben aplicarse. Algunos de mis escritos anteriores sobre el Sr. Matt y el Sr. Davies, además, se desviaron hacia ataques personales en lugar de ceñirse fríamente a las cuestiones. La edad nos hace un poco más sabios, y pido disculpas por cualquier ofensa.

      Debo escribir, sin embargo, para corregir la desafortunada afirmación del Sr. Matt de que los «sedevacantistas» -me incluye entre ellos- han: «rechazado aparentemente la autoridad del Papa». Me temo que el Sr. Matt ha malinterpretado algo.

      Todos los católicos conocemos los efectos desastrosos que produjeron los cambios. Rechazamos esos cambios por considerarlos perjudiciales para las almas, a pesar de que fueron aprobados por los que pretenden ser la autoridad. Nos hemos enfrentado al problema de cómo aplicar la doctrina de la indefectibilidad de la única y verdadera Iglesia de Cristo y su autoridad, por un lado, con el estado de la nueva ‘Iglesia’ posterior al Vaticano II, por otro.

      Los tradicionalistas han ofrecido varias soluciones. Algunos (entre ellos The Remnant y el Sr. Davies, supongo) basan su resistencia a los cambios en la idea de que algunos miembros de la jerarquía –como así les llaman– posterior al Vaticano II están abusando de su ‘autoridad’. Otros sostienen que hombres que han desertado de la fe ‘ocupan’ ahora la Sede Apostólica y todas (o la mayoría) de las sedes episcopales, pero que están por tanto jurídicamente vacantes –u otros entre ellos dicen que existe al menos la duda de si los actuales ‘ocupantes’ de esas sedes ‘obtuvieron o conservan’ la autoridad jurídica.

      La conclusión del sedevacantismo –me arriesgo a simplificar demasiado una cuestión compleja– se deriva de dos consideraciones: una de hecho, la otra de derecho.

1. Los hechos. Ciertos pronunciamientos del Vaticano II y de promulgadores sobre la ‘libertad’ religiosa, el ‘ecumenismo’ y otros asuntos doctrinales parecen contradecir, a veces palabra por palabra, enseñanzas de la Iglesia, o parecen proponer como verdaderas ciertas enseñanzas que la Iglesia ha condenado en el pasado. Los católicos sostendrían que tales pronunciamientos representan una defección pública de la fe católica.

2. De Derecho. Según la ley eclesiástica, la defección pública de la fe católica priva automáticamente a una persona de todos los cargos eclesiásticos que pueda ostentar. Teólogos y canonistas como San Roberto Belarmino, Cayetano, Suárez, Torquemada y Wernz-Vidal sostienen, sin comprometer la doctrina de la infalibilidad papal, que incluso un papa puede convertirse en hereje y perder así el pontificado. (Algunos de estos autores también sostienen que un papa puede convertirse en cismático.) Esta posibilidad es reconocida incluso por un comentario autorizado sobre el Código de Derecho Canónico de 1983:

«Los canonistas clásicos discutieron la cuestión de si un papa, en sus opiniones privadas o personales, podía entrar en herejía, apostasía o cisma. Si lo hiciera de manera notoria y ampliamente publicitada, rompería la comunión y, según una opinión aceptada, perdería su cargo ipso facto. (c. 194 §1, 2º). Puesto que nadie puede juzgar al papa (c.1404) nadie podría deponer a un papa por tales crímenes, y los autores están divididos en cuanto a cómo se declararía su pérdida del cargo de tal manera que una vacante pudiera entonces ser cubierta por una nueva elección.» (James A. Corridan et al. editores, El Código de Derecho Canónico: A Text and Commentary commissioned by the Canon Law Society of America [Nueva York: Paulist 1985], c. 333.)

      Ahora bien, quien se oponga al sedevacantismo puede recurrir a argumentar que los miembros de la ‘jerarquía’ moderna no son culpables de herejía, o que (siguiendo a Roberto Belarmino y a los comentaristas del nuevo código de 1983) un papa no puede caer de su cargo por herejía.

      Es injusto e irrazonable, sin embargo, afirmar que el católico –que simplemente junta dos proposiciones totalmente defendibles y saca una conclusión lógica de ellas– ha: «rechazado la autoridad del papa». Esto equivale a calificarlo de cismático. Pero no es tal cosa, como se desprende de un comentario muy respetado sobre el Código:

 «Finalmente, no se puede considerar como cismáticos a los que se niegan obedecer al Romano Pontífice porque tendrían a su persona por sospechosa o, a causa de rumores generalizados, dudosamente elegido (como sucedió después de la elección del papa Urbano VI), o que se resistirían a él como autoridad civil y no como pastor de la Iglesia.» (Wernz-Vidal, Ius Canonicum [Roma: Gregoriano 1937], 7:398). [1]

Reconozco (con pesar) que los miembros del campo sedevacantista han adoptado con frecuencia un tono rudo e iracundo contra otros miembros del movimiento tradicionalista. Pero los sedevacantistas no son los únicos culpables de ello. Sus homólogos en el movimiento –partidarios de posiciones similares a las del Sr. Davies o The Remnant o la Sociedad SPX– han intentado a su vez demonizar constantemente a los sedevacantistas.

      Todo esto envenena la atmósfera e imposibilita cualquier discusión racional sobre un tema serio y complejo.

      No tiene por qué ser así. Recientemente, el sacerdote Donald J. Sanborn [2] y el obispo Richard Williamson [3] cruzaron espadas (plumas, en realidad) sobre el sedevacantismo. Aunque cada uno criticó duramente la postura del otro, ambos se las arreglaron para hacerlo sin recurrir a las polémicas desagradables e irracionales que suelen caracterizar tales intercambios. El resultado fue un debate esclarecedor.

***


[1] {Añado: «Si alguien, por una razón razonable, tiene por sospecha la persona del Papa y rechaza su presencia e incluso su jurisdicción NO COMETE DELITO DE CISMA Y NI NINGUNO OTRO, siempre y cuando esté dispuesto a aceptar al Papa si no es sospechoso. Tienes derecho a evitar lo que es perjudicial y a evitar los peligros» (Tommaso de Vio Cardenal Cayetano O.P. Commentatarium in II – II, 39, 1.)}

[2] Catholic Restoration, 2850 Parent, Warren MI 48092, diciembre de 1991 y mayo de 1992.

[3] Carta a los amigos y benefactores, Seminario Santo Tomás de Aquino, RR1 Box 97 A-1, Winona MN 55987, abril de 1992.

Deja un comentario